El término de la Cochinchina, más conocido por su deformación popular de Conchinchina, es utilizado habitualmente cuando se quiere hacer referencia a un lugar lejano o inaccesible.
Y es que, efectivamente, la Cochinchina es una región del actual Vietnam situada en su zona más meridional, en la que se encuentra la ciudad más poblada del país, Ho Chi Minh (antigua Saigón), ocupando el delta del río Mekong.
Hasta el siglo XIX estuvo controlada por Camboya, con la que limita por el noroeste, pero a partir de 1862 y hasta 1954 fue una colonia francesa.
Fue el gobierno francés de Napoleón III, que había sido proclamado emperador de los franceses en 1852, después de haber sido elegido presidente de la segunda república francesa cuatro años antes, quien en 1858, con la ayuda de las tropas españolas llegadas desde Filipinas (que en ese momento era colonia española), decidió hacerse cargo de la parte sur de Vietnam obsesionado por una política de expansión de la civilización clásica que, en su creencia, Francia representaba, frente al surgimiento de las emergentes potencias de Alemania y Estados Unidos, y también por emulación del imperialismo británico.
Por aquellos tiempos, en España, la alternancia en el poder de los partidos moderados y progresistas, durante el reinado de Isabel II, no fue capaz de garantizar la estabilidad que el país necesitaba, estando siempre planeando la sombra del golpe de estado, hasta que en 1854 el general O’Donnell, bien apoyado por militares de alta graduación y notables empleados públicos, asumió la presidencia del Consejo de Ministros promoviendo una política de prestigio exterior para lavar la decadente imagen de España, que le llevó a colaborar con Francia en la aventura de la Cochinchina.
El pretexto para organizar una expedición militar conjunta fue la matanza de misioneros católicos que tuvo lugar en julio de 1857, entre los que se encontraba un obispo español. Francia declaró la guerra en 1858 y España envió desde Filipinas, un destacamento de entre 500 y 1500 hombres.
En apenas un año se tomó Saigón y en 1862 se firmó una paz que dejaba a Francia como dueña y señora de la zona y a España tan sólo con ciertas ventajas comerciales y una indemnización de guerra, que tardaría bastante en cobrarse.
No fue, pues, una guerra rentable para España, por los escasos logros y por las vidas que se perdieron en ella, pero, aunque nadie sabía dónde quedaba aquello, se habló tanto en la prensa española de la época que, al menos, sirvió para unir de manera patriótica a las fuerzas políticas así como para mantener entretenidos a unos militares que de otro modo no hubiera sido raro encontrarlos protagonizando algún golpe de estado contra el gobierno establecido, fuera del signo que fuera, pues el descontento siempre estaba latente por barrios. Además, acuñó una dicción que se hizo muy popular durante todo el siglo XIX y también del XX y que aún hoy sigue usándose en algunos ámbitos, con expresiones del tipo «irse a la Conchinchina» o “eso está en la Conchinchina”, etc.