El Valladolid Ilustrado

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Imagen relacionada En el siglo XVIII Valladolid dista mucho de aquella esplendorosa ciudad, cuna de reyes, que fue en el siglo XVI. Con apenas 20000 habitantes, de los que más de 2000 eran clérigos, la mayor parte de sus casas señoriales estaban vacías y abandonadas a su suerte, casi no había industrias y la agricultura estaba casi abandonada: a pesar de los aportes hídricos de Pisuerga y Esgueva, la mayor parte de las fincas eran de secano.

Sin embargo, y a pesar de este desolador panorama socioeconómico, el ambiente cultural de la Valladolid ilustrada era más halagüeño. La bandera cultural de la ciudad era la Universidad, que durante el reinado de Carlos III gozó de una protección especial atrayendo a multitud de estudiantes de toda España e incluso del extranjero. Por sus aulas pasaron entre otros Nicolás Fernández de Moratín y Félix María de Samaniego, estudiantes en la Facultad de Leyes.

http://ecx.images-amazon.com/images/I/51UgjfPyCjL.jpg Además de Leyes, podían estudiarse en Valladolid Artes, Teología y Medicina. Y no faltaron tampoco otras Instituciones que, al margen de la Universidad, contribuyeron a consolidar el ambiente ilustrado de la ciudad. Así, la Real Academia Geográfico-Histórica de los Caballeros, la Real Academia de Medicina, la Real Academia de San Carlos de Jurisprudencia Nacional Teórico-Práctica, la Real Academia de Matemáticas y Nobles Artes de la Purísima Concepción, y la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Valladolid. Algunas de ellas han legado su herencia hasta nuestros días y mantienen viva la llama de la Ilustración.

De las actividades desarrolladas por todos estos grandes centros de la cultura local, daba buena cuenta el Diario Pinciano, pionero de la prensa española, durante el breve periodo de tiempo que se publicó. Había sido fundado en 1787por José Mariano Beristaín que, dicho sea de paso, era miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País de Valladolid y fue un vivo ejemplo de prensa pre-liberal, con pretensiones reformistas en ámbitos económicos, sociales y políticos, defendiendo siempre el ideal ilustrado de la libertad de expresión.

También hubo particulares, que en los salones de su casa ofrecían clases privadas de materias que no se estudiaban en la universidad como francés, italiano, inglés, Geografía, Historia o Geometría. Y en el domicilio del Procurador de la Chancillería D. Francisco Javier Mate Sanz, se impartieron clases de Música y se ofrecieron conciertos interpretados por los propios alumnos que allí se concitaban con el concurso, en ocasiones, de artistas invitados, que no serían, seguramente, más que aficionados locales ávidos de mostrar sus habilidades en público.

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Por supuesto, hemos de imaginar que toda esta actividad cultural estaría protagonizada por la nueva burguesía. La misma que intentara aprovechar el tirón de la llegada a Valladolid del ramal sur del Canal de Castilla, ese inacabado sueño ilustrado de la monarquía española que, impulsado por el Marqués de la Ensenada, pretendió comunicar el interior de España con el mar Cantábrico, pero que tan solo se vio hecho realidad en un espacio muy acotado de la meseta que agilizó el tránsito de mercancías desde Valladolid y Medina de Rioseco hasta Alar del Rey, al norte de Palencia.

La lentitud de las obras, muy frecuentemente interrumpidas, hizo que la llegada a Valladolid del Canal de Castilla no se pudiera celebrar hasta ya entrado el siglo XIX, casi cien años después del inicio de las obras. Además, la irrupción del ferrocarril dio al traste con tan ambicioso proyecto, lo cual no fue obstáculo, sin embargo, para que la susodicha burguesía vallisoletana viera en el entorno de la dársena del Canal, al otro lado del Puente Mayor, el espacio adecuado para intentar crear el primer foco de la industrialización de la ciudad aprovechando la energía hidráulica de los cuatro saltos de agua que provocaba el retorno del agua del Canal al Pisuerga.

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De este modo, astilleros, fábricas de harinas, industrias metalúrgicas y textiles, papeleras, y hasta una fábrica hidroeléctrica, jalonaron las márgenes de la dársena de Valladolid convirtiéndola en lo que, efectivamente, fue el primer espacio industrial de la ciudad.

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