Siempre se ha dicho que la Edad media fue un periodo de estancamiento cultural, situado cronológicamente entre la culta época de la antigüedad clásica y el Renacimiento. Durante los mil años que duró, la única Institución estable y comúnmente aceptada en toda Europa fue la Iglesia, porque su fuerte organización centralizada era lo único que permitía comprender los nacientes estados europeos como unidad. Por eso la Iglesia ejerció numerosas funciones propias del gobierno civil y tuvo decisiva influencia sobre todo el desarrollo social y cultural. Además, la Iglesia tuvo un enorme poder material, por las ingentes donaciones de tierras que recibía y por los impuestos que cobraba (diezmo).
La Iglesia acompañaba al hombre durante toda su vida. El bautismo, la confirmación, la confesión y penitencia, el mismo matrimonio, que sólo era reconocido cuando recibía la sanción y bendición por medio del sacramento, la extremaunción que daban generosamente los sacerdotes antes de la muerte para garantizar el cielo, etc. hacían de la Iglesia algo irrenunciable para el hombre medieval. Hasta los reyes y emperadores se hacían coronar por la Iglesia para magnificar su poder.
Y el prestigio del papado no paró de crecer durante toda la Edad Media, incluso el papa Inocencio III (1198-1216) llegó a proclamar que la autoridad del Papa estaba por encima de todo poder temporal, y, así, los reyes de Inglaterra, Dinamarca, Polonia, Hungría, Aragón y Portugal se convirtieron en vasallos de San Pedro, jurando fidelidad al Papa.
Toda la vida, pues, estaba dominada por la Iglesia, y Dios era el centro del universo (teocentrismo), siendo la existencia terrena un mero trámite para llegar a la vida eterna.
Pero en el siglo XIV algo cambió. Fue precisamente en Italia, donde estaba la sede del Papado, donde un grupo de eruditos como Dante, Petrarca y Boccaccio que se esforzaban por descubrir manuscritos latinos antiguos e imitar su forma y contenidos, dieron lugar a la aparición de un movimiento cultural, pronto conocido como “humanismo”, ávido de recuperar el conocimiento exacto de la cultura clásica, muy deformada en la Edad Media. Tomaban como modelo la poesía lírica de la tradición grecolatina (Virgilio, Horacio, Píndaro), en todos sus géneros, como la oda o la égloga, y recuperaron algunos tópicos literarios, como el carpe diem (‘aprovecha el momento’) o el beatus ille (‘feliz aquel’, la felicidad del que se aísla del mundo y vive en la naturaleza). Y también pusieron sus sentidos en un tema tan clásico como abandonado que era la mitología.
No tardó el humanismo en transformarse en un movimiento mucho más amplio que aspiraba al renacimiento del arte y de la manera de pensar y de vivir de los admirados antiguos. Y de este modo, los humanistas italianos del XV, siguiendo el ejemplo de los grandes autores del siglo anterior, colocaron al hombre en el centro del mundo (antropocentrismo) y la vida se comenzó a considerar digna de ser vivida a fondo. La principal consecuencia de ello fue una revalorización del mundo y del ser humano, simbolizando la reactivación del conocimiento y el progreso tras siglos de predominio de la mentalidad religiosa de la Iglesia en la Europa medieval.
Además, la caída de Constantinopla, donde sí que se había preservado la cultura clásica, a diferencia de occidente, en 1453, provocó la llegada a Europa -huyendo de la barbarie turca- de una gran cantidad de hombres de letras y ciencias que trajeron consigo todos sus saberes, amén de obras escritas de la antigüedad que habían desaparecido en Europa, lo cual reforzó aún más la nueva devoción del hombre europeo por lo clásico, dando el impulso definitivo a la nueva época del Renacimiento
El humanismo se mantuvo en auge en Europa hasta fines del siglo XVI, sucumbiendo a los cambios espirituales provocados por la aparición de las reformas religiosas (luterana, calvinista, anglicana…), y la posterior Contrarreforma católica. Pero el renacimiento artístico pervivió, más o menos camuflado bajo el recargamiento ornamental del barroco o la pureza de las líneas neoclásicas, unos siglos más.
