Cuando en el siglo XVI los conquistadores españoles fraguaron la mítica leyenda de el Dorado sobre la existencia de un supuesto reino rico en oro, en el territorio del antiguamente llamado virreinato de Nueva Granada, no eran conscientes de que el auténtico Dorado lo habían dejado en la tierra de la que salieron para buscar su aventura. Concretamente en el Bierzo leonés.
Próximo al valle del Sil, al pie de los Montes Aquilianos se encuentran Las Médulas, un extraordinario paraje resultado de la masiva explotación minera de oro que los romanos llevaron a efecto en este lugar durante casi tres siglos, con la que el geógrafo y naturalista romano, Plino el Viejo, que durante un tiempo fue administrador de la mina, llamara técnica de la “ruina montium”, consistente en excavar túneles en la montaña, sin llegar a perforarla del todo, y meter agua a presión en ellos para, materialmente, reventarla. Como resultado, se producía un gran arrastre del conglomerado aurífero, que era conducido hasta los llamados canales de lavado, cientos de metros abajo, donde el oro quedaba depositado por su peso, y recogido con bateas, que eran una especie de coladores que retenían el oro y dejaban seguir el agua con los lodos hasta las grandes depresiones del entorno que han conformado los actuales lagos de Carucedo y Sumido.
La explotación masiva de estas montañas por los romanos supuso un cambio tal en el territorio de Las Médulas que la zona quedó desde entonces configurada de manera totalmente diferente a como la naturaleza la había creado, hasta dar lugar a los paisajes que hoy podemos disfrutar. Una vez más la acción humana se encargó de desmontar en poco tiempo lo que la naturaleza había ido creando pacientemente durante siglos o quizás milenios.
Abandonada la explotación en el siglo III, la vegetación autóctona de robles y encinas, así como de castaños importados por los propios romanos, fue de nuevo adueñándose del lugar, derivando en el nacimiento de un paisaje espectacular caracterizado por las caprichosas formas del terreno, formado por conglomerados de arenas rojizas perfectamente integradas con la vegetación.
El resultado es un espectáculo casi mágico donde los colores y el juego de luces transportan al espectador a un ámbito impensable antes de asomarse al mirador de Orellán, que es cuando realmente se capta la magnificencia del paisaje de las Médulas.
El simple hecho de contemplarlo ya es impactante, abrumador. Pero si además cuentas con la explicación que te pueda dar el lugareño de turno enamorado de su tierra, la impresión es aún mayor. Una experiencia inolvidable.
Algunos hemos gozado del privilegio de tener como cicerone al prócer comarcal por excelencia de todo el Bierzo, Miguel Ángel Casado Velicias. Singular alcalde progresista que fue de Borrenes durante 12 años y popular personaje que apenas si tenía que moverse para abrir todas las puertas de la zona a sus invitados. Había sido consejero comarcal del Bierzo y estuvo vinculado al movimiento empresarial del turismo rural. Con su viejo 4×4 recorría y enseñaba como nadie el territorio que le había visto crecer políticamente y con el cual había llegado a identificarse.
Los castros prerromanos o el mismo poblado metalúrgico de Orellán, donde se instalaron gentes indígenas, con la finalidad prioritaria de reducir mineral de hierro y fundir útiles y herramientas, no tenían secretos para él. Auténticas clases magistrales eran lo que él daba, aunque para su modo de verlo, sólo contaba cuatro cosas que había ido aprendiendo a fuerza de oírselo decir a ilustres doctos visitantes a los que había acompañado en muchas anteriores ocasiones.
Ya nadie podrá volver a gozar de ese privilegio que eran sus explicaciones. Una extraña y traidora enfermedad a la que aguanto el pulso durante cinco años pudo con él.
Pero el paisaje de las Médulas sigue ahí, impertérrito. Tan levemente mutable que por muchas veces que lo visitemos, aunque distantes en el tiempo, siempre reconoceremos la misma majestuosidad, la misma misteriosa belleza que tan devotamente nos supo transmitir Miguel Ángel. Y, además, nuevos miguelángeles han ido surgiendo en las Médulas para seguir enseñando a ver su belleza, como los dos Pablos de las Cabañas de Carucedo, Vila y Gómez-Moreno, que desde su vocación de monitores no dejan de descubrirnos nuevos secretos de este majestuoso paisaje.