Mucho se ha escrito sobre la católica reina Isabel I de Castilla y poco se dice de ella en los libros escolares de Historia a pesar de haber sido la mujer más poderosa de su época y germen de la unificación de España. La literatura sobre anécdotas de su vida y curiosidades de su reinado es cada vez más abundante y, sin embargo, los textos al uso pocas innovaciones incorporan edición tras edición ofreciendo siempre la misma poca información sobre tan insigne personaje.
Por eso, no es de extrañar que, tras estudiar los comienzos de la modernidad con todo lo que incorpora de protagonismo para Isabel la Católica, y debido a tal falta de información, algún que otro estudiante me haya llegado a dar a entender que la reina se apellidaba Católica, cuando tal denominación no fue más que un título honorífico concedido por el papado.
Posiblemente, fue el papa Inocencio III (1434-1492) quien primero impuso el nombre de «Reyes Católicos» a los reyes Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla tras la toma de Granada, en reconocimiento al gran servicio prestado a la cristiandad expulsando a los musulmanes de España. Pero será su sucesor, el papa Borgia, Alejandro VI, quien, en al menos dos bulas, les otorgó el título de «Reyes Católicos». Primero fue en la bula Inter caetera, de 4 de mayo de 1494, redactada para sancionar la división del mundo descubierto y por descubrir entre España y Portugal con el encargo expreso a los monarcas de ambos países de que enviaran misioneros para convertir a los indígenas al cristianismo. Después, por la bula Si convenit, expedida el 19 de diciembre de 1496, se ratifica a los reyes de España en tal categoría de Católicos por los méritos que concurrían en ambos personajes, que, según el propio Papa todos eran principales. Entre ellos, la liberación de los estados pontificios y del feudo papal del Reino de Nápoles, invadidos por el rey Carlos VIII de Francia (a pesar de que también tenía el título honorífico de “Cristianísimo”); las virtudes personales de ambos Reyes manifestadas en la unificación, pacificación y robustecimiento de sus reinos; la reconquista de Granada de manos del Islam y la expulsión de los judíos que no hubiesen aceptado o aceptasen el bautismo en 1492; o los esfuerzos realizados por ambos monarcas en intentar llevar adelante la cruzada contra los mahometanos. Además, así se solventaba el agravio comparativo con el rey de Francia que ostentaba ese título de “Cristianísimo”, no obstante lo mal que se había portado últimamente con el papado.
Y todo ello, a pesar de que la conducta moral de los monarcas españoles dejaba mucho que desear. Así, el 18 de octubre de 1469 se realizaron las bodas secretas de Isabel con Fernando –casi sin conocerse-, en Valladolid, aunque desde el punto de vista religioso el matrimonio no tenía las dispensas necesarias para casarse por su condición de primos, cosa que fue resuelta por el Papa Sixto IV con otra bula en 1471.
También se sabe que el rey tenía, al menos, cuatro hijos extramatrimoniales, uno de los cuales, por cierto, llegó a ser arzobispo de Zaragoza. Y, además, obligaron a muchos musulmanes a convertirse por la fuerza a la fe cristiana, y expulsaron a todos los judíos españoles, en teoría por no compartir su fe, aunque curiosamente, coincidía que los reyes no podían pagar todo el dinero que debían a unos cuantos de sus prestamistas.
Se ve que también entonces los intereses del Estado estaban por encima, no sólo del amor sino también de la moral.
El caso, es que el título de “católicos” se perpetuó en los sucesores legítimos de todos los reyes de España, hasta el punto de que el rey Juan Carlos I aún lo utilizó hasta la Constitución del 78, en que, aunque legalmente pudiera seguir utilizándolo -porque la misma reconoce al rey de España la facultad de utilizar los títulos que correspondan a la Corona-, dejó de hacerlo.