Seguramente fue la pertinaz endogamia practicada por sus ascendientes la causa directa de la enfermedad genética con la que nació el último rey de la casa de Austria española, Carlos II.
En efecto, este monarca padecía un extraño síndrome, hoy bien catalogado como Síndrome de Klinefelter, que le provocó infertilidad, raquitismo y deformación en muchos de sus miembros, además de otras muchas secuelas. El caso es que después de una azarosa vida, y a punto de cumplir los 39 años de edad, falleció sin haber conseguido tener descendencia.
Ya un par de años atrás, y ante la previsible muerte del rey sin heredero, las demás casas monárquicas europeas comenzaron a movilizarse para aprovechar tal desenlace y no tardaron en ponerse de acuerdo para repartirse lo que hasta entonces había sido el gran imperio hispánico, dejando reducida España a tan sólo la península pero quitando la provincia de Guipúzcoa que pasaría a Francia. Y se eligió como rey para esta nueva España a José Fernando de Baviera, sobrino nieto del rey Carlos II, que aceptó la candidatura del príncipe bávaro nombrándolo príncipe de Asturias.
Pero aconteció que José Fernando de Baviera, con apenas 6 años de edad falleció de forma extraña un año antes que el propio rey, con lo cual todo quedó como estaba antes de sancionarse el testamento real. Y por eso, otra vez las casas dinásticas europeas tuvieron que ponerse manos a la obra para consensuar un nuevo heredero de la corona española.
El elegido en esta ocasión fue el archiduque Carlos, que, además de ser biznieto de Felipe III, era hijo del emperador Leopoldo de Austria, razón por la que las potencias europeas fueron más generosas con él y por ello le dejaron quedarse con los reinos peninsulares, los Países Bajos españoles y los territorios americanos.
Sin embargo, de forma inesperada, el moribundo rey Carlos II decidió, saltándose todos los acuerdos, nombrar heredero a su sobrino-nieto Felipe de Anjou, con el objetivo de que España no fuese dividida. El 1 de noviembre de 1700 muere Carlos II, y Felipe de Anjou acepta el 16 de noviembre ser rey de España con el beneplácito del rey de Francia, Luis XIV, que era su abuelo. Había nacido en Versalles en 1683 y era el segundo hijo de Luis, Gran Delfín de Francia y de María Ana de Baviera, y nieto de Luis XIV y María Teresa de Austria que era infanta de España y biznieta de Felipe IV de España, de la casa de Austria.
Lógicamente, esta unión dinástica entre Francia y España no gustó al resto de las monarquías europeas. Y, además, el emperador Leopoldo de Austria consideraba que su segundo hijo, el archiduque Carlos, tenía más derechos sucesorios que Felipe de Anjou. Por eso se formó una Gran Alianza de apoyo al pretendiente austríaco, que en mayo de 1701 declaró la guerra a los borbones.
Al principio fue sólo una guerra de sucesión, como la llaman los libros de Historia, pero acabó siendo una auténtica guerra civil por la división que se produjo entre los propios españoles, ya que los reinos de la Corona de Aragón eran partidarios del archiduque Carlos, que les había garantizado el mantenimiento del sistema federal vigente en la monarquía de los Austrias, mientras que los territorios de la Corona de Castilla apoyaban a Felipe V, cuya mentalidad era totalmente centralista y basada en la monarquía absoluta, siguiendo el modelo político francés. El triunfo de éste supuso la imposición del modelo administrativo de Castilla a Valencia, Aragón, Cataluña y Baleares, mediante los decretos de Nueva Planta que, sin embargo, respetaron los derechos históricos de fueros y privilegios tanto en el País Vasco como en Navarra por la fidelidad mostrada a Felipe V en la Guerra de Sucesión.
Los tratados de Utrecht pusieron fin a la guerra en 1713 consumando la partición definitiva de los Estados de la Monarquía española, que Carlos tanto intentó evitar antes de su muerte. De esta forma, Los Países Bajos católicos (Bélgica y Luxemburgo), el reino de Nápoles, Cerdeña y el ducado de Milán fueron adjudicados al emperador Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico. Al duque de Saboya se le otorgó Sicilia; y la isla de Menorca y el Peñón de Gibraltar pasaron a dominio de Gran Bretaña, que también había recibido por parte de Francia, otros territorios americanos. Además los británicos consiguieron privilegios en el mercado de esclavos en todas las Indias españolas.
O sea, que un desastre para España toda esta cuestión hereditaria derivada de la manía de los monarcas de la casa de Austria de casarse sólo con miembros de la propia familia que provocó una degeneración genética que obligó a buscar una nueva dinastía.
Y tampoco se ganó mucho con el cambio, ya que el nuevo rey Felipe V, de aspecto físico muy agradable cuando llegó al trono con diecisiete años, pronto exhibió un carácter abúlico e inseguro con frecuentes períodos de melancolía y ciclos neuróticos que le llevaban a desarrollar comportamientos de lo más extraño.