Hace unos días ha caído en mis manos el último artículo del admirado escritor y profesor de filosofía Agapito Maestre, que ha titulado “Fin de la historia nacional”, donde afirma categóricamente que España, como nación, está a punto de desaparecer.
Y culpa de ello a todos los responsables políticos del Gobierno de España, desde 1978 hasta hoy, porque ellos han sido los que han permitido que la historia nacional de España haya desaparecido de la educación básica de los españoles en un proceso ideológico de negación de la historia que, en cambio, ha facilitado la manipulación sistemática de los libros de texto de historia y la supresión de asignaturas claves para la formación de la identidad nacional, como la Historia de la Literatura Española.
Y un servidor, que se ha pasado toda su vida profesional intentando rentabilizar la formación humanística de varias generaciones de adolescentes justamente desde los albores de los ochenta, respetando los sucesivos planes de estudios -creo que cuatro- que se han ido sucediendo con las consiguientes modificaciones de currículos (antes lo llamábamos programas), no puede estar más de acuerdo con él.
No es sólo el cambio de denominación de las asignaturas en los distintos planes, es también el cambio en la agrupación de los contenidos en cada curso, que ha abierto la puerta a que, en cada lugar de España, en cada centro educativo y en cada profesor, la adaptación de los contenidos impartidos a los alumnos pudiera resultar significativamente distinta, dando lugar, a veces, a resultados bien diferentes.
En su artículo, el profesor Agapito destaca el olvido sistemático de los grandes hombres de letras y ciencias en general, y de los historiadores y filósofos de España en particular. Y cita como ejemplo el descuido consciente que se ha tenido en perpetuar la memoria de ilustres españoles de pro, como Marcelino Menéndez y Pelayo, Américo Castro, Sánchez Albornoz y otros muchos, en una actitud que refleja no sólo la desaparición de la cultura humanística, sino la voluntad ideológica de empezar de cero, que sobresale en los dirigentes políticos e intelectuales de la actual España.
En nada le falta razón al profesor.
Sin embargo, más allá de la consideración del desacierto de unos responsables políticos a la hora de diseñar un modelo de formación para las nuevas generaciones, está, en su base, el desconocimiento y la equivocación de pretender asentar todo este montaje sobre un concepto anacrónico y totalmente obsoleto en esta era que llamamos de la globalización, cual es el concepto de nación.
Cabe recordar, a este respecto, que el nacionalismo surgió en el siglo XIX como un movimiento de resistencia frente al fuerte control territorial napoleónico. Es decir, era un movimiento fundamentalmente antifrancés. Y en cada territorio adoptó formas diferentes. En Italia, por ejemplo, el régimen francés había sido bien recibido en general, por lo que representaba de eficacia organizativa, acabando con los viejos mecanismos de lealtades a los diversos ducados, repúblicas oligárquicas, estados pontificios o dinastías extranjeras, de manera que, aunque Napoleón no unificó Italia, la influencia francesa introdujo la idea de los beneficios de una Italia unificada -como a la postre acabaría sucediendo-. Pero en otros lugares como España, el nacionalismo adoptó la forma de una resistencia implacable frente a los ejércitos franceses, lo que no era óbice para que algunos liberales españoles se fijaran en la Constitución francesa de 1791 para redactar la primera Carta Magna española en Cádiz en 1812.
Como el movimiento nacionalista estuvo capitaneado por intelectuales, no tardó en erigirse como una doctrina que había que inocular a los compatriotas respectivos, como medio de salvar la cultura local, haciendo hincapié en la originalidad de un lenguaje y una historia que había que preservar y perfeccionar. Y para garantizar la preservación de aquella cultura nacional, no quedaba otra que crear en cada territorio nacional un Estado soberano propio. Con esta consideración el paso de un nacionalismo cultural a un nacionalismo político, estaba servido.
Pero era el siglo XIX. Justo cuando se iniciaron los mayores cambios estructurales en la producción agropecuaria, industrial y el comercio internacional de la historia, en una primera fase de lo que luego se ha denominado globalización.
La tecnología del siglo XX que ha multiplicado y perfeccionado los canales de transmisión de noticias e ideas, ha elevado la globalización a la categoría de un macroproceso económico, tecnológico, político, social y cultural a escala mundial que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo, hasta el punto de que, en la actualidad, la economía doméstica tiene más vínculo con el resto del mundo que con el entorno más próximo. Y lo mismo podemos afirmar de cantidad de manifestaciones culturales. Da lo mismo que hablemos de música, de artes plásticas, o de cine. Todo se contempla hoy en día a nivel global. Hasta la política. No hay actuación política en ningún Estado que no se ejecute teniendo en cuenta las implicaciones que pueda tener en otros Estados. Es más, es una tendencia generalizada desde, por lo menos, mediados del pasado siglo, la predisposición de los Estados a integrarse en asociaciones económicas o políticas para formar nuevas entidades geopolíticas, como sucede con la UE (Unión Europea) nacida, en su origen, con la voluntad de acabar con los frecuentes y cruentos conflictos entre vecinos que habían culminado en la Segunda Guerra Mundial, y que ha ido evolucionando y perfeccionándose hasta ofrecer a sus Estados miembros una moneda única, una bandera, un himno y hasta el día de Europa.
En este nuevo contexto, ¿tiene sentido seguir hurgando en el baúl de los recuerdos decimonónicos para llegar al punto de partida de 200 años atrás?
El nacionalismo tuvo su razón de ser en otros tiempos, permitió la liberación de pueblos oprimidos y la creación de grandes Estados. Pero tanto unos como otros, una vez asentados y reconocidos han ido incorporándose a la nueva dimensión globalizadora del mundo actual. La sociedad de hoy en día, ya no es una sociedad de tal o cual país o territorio. Ya estamos en la era de la Sociedad Red, es decir una sociedad construida en torno a redes personales y corporativas operadas por redes digitales que se comunican a través de Internet. La Sociedad Red surge y se expande por todo el planeta como la forma dominante de organización social de nuestra época, independientemente de la pertenencia de los individuos a un territorio o grupo cultural determinado.
Las nuevas generaciones y las actuales instituciones sociales programan las redes. Pero una vez han sido programadas, las redes de información propulsadas por la tecnología de la información imponen su lógica a sus componentes humanos, y no parece muy claro que movimientos culturales o políticos como el nacionalismo tengan cabida en este sistema. Para él, el nacionalismo está muerto en todo el mundo. No es que esté amenazado de extinción en España, es que ya no existe. Y por lo mismo, una historia nacional, es, sólo eso, historia. Y como tal hay que estudiarla y recordarla, con sus protagonistas y sus luces y sus sombras. Pero no revivirla.