La frontera entre España y Portugal, en un amplio trecho de Castilla y León, al sur de la provincia de Zamora y norte de la de Salamanca, está naturalmente definida por el encajamiento de los cursos fluviales de los ríos Duero y Águeda en las penillanuras graníticas del oeste de la meseta ibérica. Este hecho provoca la confluencia de muy distintos paisajes en este territorio, que van desde la sobria planitud de las penillanuras propiamente dichas, tapizadas por un encinar disperso y habitadas por una increíble ganadería extensiva porcina y de lidia, hasta la profunda depresión del cauce de los ríos con sus aguas remansadas por la apretada proliferación de presas y embalses.
Como paso inevitable entre ambos, las escarpadas pendientes que se sitúan a ambos lados de los ríos constituyen otro original paisaje que, además, tiene nombre propio: Arribes, los ó las, según que se lo oigamos decir a los zamoranos del Aliste o el Sayago, o a los salmantinos de Vitigudino. Estas empinadas cuestas que antaño cobijaban centenares de cabras explotadas por cabreros que vivían allí mismo, en precarias cabañas hechas de ramas y matorral, hoy dan acogida a multitud de aves que han encontrado allí su pequeño remanso de paz, aprovechando, justamente, que la peculiaridad orográfica de este territorio le confiere un inusual microclima mediterráneo que no sólo da refugio a esta fauna salvaje, sino que también contribuye a la extraordinaria diversidad vegetal de la zona.
En uno de los muchos meandros que describe el río Duero se halla la Playa del Rostro. Un pequeño arenal artificial cerca de Corporario que es una pedanía de Aldeadávila de la Ribera, donde tiene su embarcadero el catamarán “Corazón de las Arribes”, nombre emblemático que acuñara Miguel de Unamuno para denominar al entorno de Aldeadávila de la Ribera.
A medida que nos dirigimos hacia la playa siguiendo los carteles indicadores del pueblo, podemos observar el paisaje característico de las arribes a un lado y a otro del río, cobijando un sinuoso Duero. Destacan a ambas márgenes los viñedos, que suministran el caldo a los vinos de la denominación de origen Arribes del Duero. Cerca ya de la playa, se hace mucho más pronunciado el descenso haciéndose inaccesible el paso tanto para vehículos particulares como para autobuses, a no ser que llevemos un 4 por 4, por lo que hay que emprender una importante caminata que se hace bien bajando la cuesta, pero que pone sobre aviso de lo que espera a la vuelta.
Desde que se abandona el pueblo de Corporario, se descienden casi 400 mts., lo que justifica el microclima topográfico que nos encontramos al llegar y que da una diferencia de 5 ó 6 grados más, abajo que arriba, por lo que abundan las plantas mediterráneas termófilas. Sin duda, es un espacio natural privilegiado por su extraordinaria riqueza de fauna y flora, sus cortados fluviales y sus impresionantes moles graníticas que se elevan hasta 400 m. por encima del nivel del agua.
Al llegar al embarcadero da la bienvenida al catamarán Elvira, que acompaña a los visitantes en su excursión por un tramo de cerca de 11 kms. del cañón del Duero, hasta el mismo dique de la presa de Aldeadávila, durante más de hora y media. No hay secreto que se le escape en ningún punto del recorrido. Tiene perfectamente identificadas a todas y cada una de las especies, animales o vegetales, que merodean por las orillas del río, explicando sus vidas y milagros, y las enseña con voz queda cuando la embarcación se acerca demasiado a ellas y hasta manda parar los motores para no molestarlas. Y cuando pide mirar al cielo, se puede observar el majestuoso vuelo de la cigüeña negra y el águila real en su hábitat natural junto al de los buitres y alimoches.
Una conclusión ideal para gozar aún más de la visita realizada puede ser subir desde Aldeadávila hasta el mirador del Fraile o el picón de Felipe para contemplar desde arriba la presa y todo el espacio recorrido con el catamarán. Impresionante.